"REPUBLICANIZAR"
O FUTURO.
Hoxe é un bo día para que fagamos un chamamento á
sociedade en xeral, todas as persoas que, desde posicións de movilización e de
rexeneración democrática, vemos a necesidade dunha ruptura co modelo saído da
transición e apostamos por unha sociedade nova, que supoña o fin deste réxime
caduco, por monárquico, bipartidista,
neoliberal, heteropatriarcal e corrupto, carente de democracia, esgotado no seu
funcionamento e que non quere nin pode dar resposta ás necesidades da
cidadanía.
Esa sociedade nova será republicana, federal,
laica, participativa, solidaria, feminista, cun claro compoñente social, con
respeto e recoñecemento non só da perspectiva de xénero, senón tamén con
perspectiva da diversidade social (persoas migrantes, persoas LGTBI,…) respeto
e recoñecemento tamén da identidade dos pobos e o seu dereito a decidir.
Nesa República o poder no social será tan
importante como o poder no político. A conciencia cívica, a organización
social, a presión reivindicativa serán fundamentales no proceso constituinte
republicano. Nese sentido, porque todo está conectado, aí estivemos nas Marchas
da Dignidade do 22 de marzo, posicionando a República como alternativa de poder
social e político.
A emancipación da cidadanía, a igualdade social, a
democracia radical serán capaces de acabar co actual sistema de dominación,
explotación e desigualdade.
Falar de República é falar de “máis democracia”,
dun modelo de sociedade moralmente
superior ó dá monarquía, porque a
soberanía e a participación de toda a sociedade serán o referente principal nas
accións do goberno, se preservará a
dignidade da cidadanía como tal, moi distinto da consideración de súbditos dun
monarca ou de meros consumidores dun mercado.
Non será fácil, estamos ante tempos difíciles,
aínda con República. Decía Negrín que a xente pode aguantar o sufrimento, a
condición de que esté equitativamente repartido e haxa un proxecto e un plan
para superalo.
E iso é tamén a República: non unha solución
máxica, pero sí o comezo dunha solución verdadeira.
Somos capaces, temos os recursos necesarios, a
condición é que se repartan equitativamente e non os acapare unha casta
codiciosa e xa riquísima co rei, e a súa ralea,
á cabeza.
A III República non é unha utopía, é unha
necesidade urxente de rexeneración democrática; é unha realidade posible, se
nos unimos e lotamos para conseguila.
Discurso de
Clara Campoamor ante las Cortes el 1 de octubre de 1931, donde quedaría
aprobado el voto femenino en España
Señores diputados: lejos yo de censurar ni de
atacar las manifestaciones de mi colega, señorita Kent, comprendo, por el
contrario, la tortura de su espíritu al haberse visto hoy en trance de negar la
capacidad inicial de la mujer. Creo que por su pensamiento ha debido de pasar,
en alguna forma, la amarga frase de Anatole France cuando nos habla de aquellos
socialistas que, forzados por la necesidad, iban al Parlamento a legislar
contra los suyos.
Respecto a la serie de afirmaciones que se han
hecho esta tarde contra el voto de la mujer, he de decir, con toda la
consideración necesaria, que no están apoyadas en la realidad. Tomemos al azar
algunas de ellas. ¿Que cuándo las mujeres se han levantado para protestar de la
guerra de Marruecos? Primero: ¿y por qué no los hombres? Segundo: ¿quién
protestó y se levantó en Zaragoza cuando la guerra de Cuba más que las mujeres?
¿Quién nutrió la manifestación pro responsabilidades del Ateneo, con motivo del
desastre de Annual, más que las mujeres, que iban en mayor número que los
hombres?
¡Las mujeres! ¿Cómo puede decirse que cuando las
mujeres den señales de vida por la República se les concederá como premio el
derecho a votar? ¿Es que no han luchado las mujeres por la República? ¿Es que
al hablar con elogio de las mujeres obreras y de las mujeres universitarias no
está cantando su capacidad? Además, al hablar de las mujeres obreras y
universitarias, ¿se va a ignorar a todas las que no pertenecen a una clase ni a
la otra? ¿No sufren éstas las consecuencias de la legislación? ¿No pagan los
impuestos para sostener al Estado en la misma forma que las otras y que los
varones? ¿No refluye sobre ellas toda la consecuencia de la legislación que se
elabora aquí para los dos sexos, pero solamente dirigida y matizada por uno?
¿Cómo puede decirse que la mujer no ha luchado y que necesita una época, largos
años de República, para demostrar su capacidad? Y ¿por qué no los hombres? ¿Por
qué el hombre, al advenimiento de la República, ha de tener sus derechos y han
de ponerse en un lazareto los de la mujer?
Pero, además, señores diputados, los que votasteis
por la República, y a quienes os votaron los republicanos, meditad un momento y
decid si habéis votado solos, si os votaron sólo los hombres. ¿Ha estado
ausente del voto la mujer? Pues entonces, si afirmáis que la mujer no influye
para nada en la vida política del hombre, estáis –fijaos bien– afirmando su
personalidad, afirmando la resistencia a acatarlos. ¿Y es en nombre de esa
personalidad, que con vuestra repulsa reconocéis y declaráis, por lo que
cerráis las puertas a la mujer en materia electoral? ¿Es que tenéis derecho a
hacer eso? No; tenéis el derecho que os ha dado la ley, la ley que hicisteis
vosotros, pero no tenéis el derecho natural fundamental, que se basa en el
respeto a todo ser humano, y lo que hacéis es detentar un poder; dejad que la
mujer se manifieste y veréis como ese poder no podéis seguir detentándolo.
No se trata aquí esta cuestión desde el punto de
vista del principio, que harto claro está, y en vuestras conciencias repercute,
que es un problema de ética, de pura ética reconocer a la mujer, ser humano,
todos sus derechos, porque ya desde Fitche, en 1796, se ha aceptado, en
principio también, el postulado de que sólo aquel que no considere a la mujer
un ser humano es capaz de afirmar que todos los derechos del hombre y del
ciudadano no deben ser los mismos para la mujer que para el hombre. Y en el
Parlamento francés, en 1848, Victor Considerant se levantó para decir que una
Constitución que concede el voto al mendigo, al doméstico y al analfabeto –que
en España existe– no puede negárselo a la mujer. No es desde el punto de vista
del principio, es desde el temor que aquí se ha expuesto, fuera del ámbito del
principio –cosa dolorosa para un abogado–, como se puede venir a discutir el
derecho de la mujer a que sea reconocido en la Constitución el de sufragio. Y
desde el punto de vista práctico, utilitario, ¿de qué acusáis a la mujer? ¿Es
de ignorancia? Pues yo no puedo, por enojosas que sean las estadísticas, dejar
de referirme a un estudio del señor Luzuriaga acerca del analfabetismo en
España.
Hace él un estudio cíclico desde 1868 hasta el año
1910, nada más, porque las estadísticas van muy lentamente y no hay en España
otras. ¿Y sabéis lo que dice esa estadística? Pues dice que, tomando los números
globales en el ciclo de 1860 a 1910, se observa que mientras el número total de
analfabetos varones, lejos de disminuir, ha aumentado en 73.082, el de la mujer
analfabeta ha disminuido en 48.098; y refiriéndose a la proporcionalidad del
analfabetismo en la población global, la disminución en los varones es sólo de
12,7 por cien, en tanto que en las hembras es del 20,2 por cien. Esto quiere
decir simplemente que la disminución del analfabetismo es más rápida en las
mujeres que en los hombres y que de continuar ese proceso de disminución en los
dos sexos, no sólo llegarán a alcanzar las mujeres el grado de cultura
elemental de los hombres, sino que lo sobrepasarán. Eso en 1910. Y desde 1910
ha seguido la curva ascendente, y la mujer, hoy día, es menos analfabeta que el
varón. No es, pues, desde el punto de vista de la ignorancia desde el que se
puede negar a la mujer la entrada en la obtención de este derecho.
Otra cosa, además, al varón que ha de votar. No
olvidéis que no sois hijos de varón tan sólo, sino que se reúne en vosotros el
producto de los dos sexos. En ausencia mía y leyendo el diario de sesiones,
pude ver en él que un doctor hablaba aquí de que no había ecuación posible y,
con espíritu heredado de Moebius y Aristóteles, declaraba la incapacidad de la
mujer.
A eso, un solo argumento: aunque no queráis y si
por acaso admitís la incapacidad femenina, votáis con la mitad de vuestro ser
incapaz. Yo y todas las mujeres a quienes represento queremos votar con nuestra
mitad masculina, porque no hay degeneración de sexos, porque todos somos hijos
de hombre y mujer y recibimos por igual las dos partes de nuestro ser,
argumento que han desarrollado los biólogos. Somos producto de dos seres; no
hay incapacidad posible de vosotros a mí, ni de mí a vosotros.
Desconocer esto es negar la realidad evidente.
Negadlo si queréis; sois libres de ello, pero sólo en virtud de un derecho que
habéis (perdonadme la palabra, que digo sólo por su claridad y no con espíritu
agresivo) detentado, porque os disteis a vosotros mismos las leyes; pero no
porque tengáis un derecho natural para poner al margen a la mujer.
Yo, señores diputados, me siento ciudadano antes
que mujer, y considero que sería un profundo error político dejar a la mujer al
margen de ese derecho, a la mujer que espera y confía en vosotros; a la mujer
que, como ocurrió con otras fuerzas nuevas en la revolución francesa, será
indiscutiblemente una nueva fuerza que se incorpora al derecho y no hay sino
que empujarla a que siga su camino.
No dejéis a la mujer que, si es regresiva, piense
que su esperanza estuvo en la dictadura; no dejéis a la mujer que piense, si es
avanzada, que su esperanza de igualdad está en el comunismo. No cometáis,
señores diputados, ese error político de gravísimas consecuencias. Salváis a la
República, ayudáis a la República atrayéndoos y sumándoos esa fuerza que espera
ansiosa el momento de su redención.
Cada uno habla en virtud de una experiencia y yo
os hablo en nombre de la mía propia. Yo soy diputado por la provincia de
Madrid; la he recorrido, no sólo en cumplimiento de mi deber, sino por cariño,
y muchas veces, siempre, he visto que a los actos públicos acudía una
concurrencia femenina muy superior a la masculina, y he visto en los ojos de
esas mujeres la esperanza de redención, he visto el deseo de ayudar a la
República, he visto la pasión y la emoción que ponen en sus ideales. La mujer
española espera hoy de la República la redención suya y la redención del hijo.
No cometáis un error histórico que no tendréis nunca bastante tiempo para
llorar; que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar al dejar al margen de
la República a la mujer, que representa una fuerza nueva, una fuerza joven; que
ha sido simpatía y apoyo para los hombres que estaban en las cárceles; que ha
sufrido en muchos casos como vosotros mismos, y que está anhelante, aplicándose
a sí misma la frase de Humboldt de que la única manera de madurarse para el
ejercicio de la libertad y de hacerla accesible a todos es caminar dentro de
ella.
Señores diputados, he pronunciado mis últimas
palabras en este debate. Perdonadme si os molesté, considero que es mi
convicción la que habla; que ante un ideal lo defendería hasta la muerte; que
pondría, como dije ayer, la cabeza y el corazón en el platillo de la balanza,
de igual modo Breno colocó su espada, para que se inclinara en favor del voto
de la mujer, y que además sigo pensando, y no por vanidad, sino por íntima
convicción, que nadie como yo sirve en estos momentos a la República española.
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